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Historia de Francisco Coll

coll2Francisco Coll y Guitart, fundador de las Dominicas de la Anunciata, nace en Gombrèn (Gerona) el 19 de mayo de 1812, siendo el décimo y último hijo de un cardador de lana.

Ya en un primer momento de su vida se dedicó a la formación de los niños, simultaneándola con su formación hacia el sacerdocio en el seminario de Vic, donde había ingresado en 1823.

Por una clara inspiración de Dios entra en la Orden de Predicadores en el convento de Gerona en 1830 y allí vive y hace la profesión solemne y recibe el diaconado, hasta que en 1835 la exclaustración de los religiosos le obliga a vivir fuera del convento, si bien nunca renunció a su profesión dominicana, sino que la vivió con aún mayor intensidad.

Con el consentimiento de sus superiores recibe el presbiterado con el «título de pobreza» en 1836 y fue destinado al ministerio parroquial y enseguida a la predicación itinerante, como le pedía su carisma dominicano. Pasó cuarenta años de intensa predicación en toda Cataluña, bien en misiones populares, bien en grupos, bien solo y fue instrumento importante de la renovación religiosa de aquella sociedad. Su predicación fue de gran fidelidad al Evangelio y de una fácil superación de las circunstancias adversas con gran fe en la vida eterna.

Nombrado director de la Orden seglar dominicana en 1850 tuvo en sus manos el instrumento jurídico para poner remedio adominicas una necesidad urgente de su época y de su región; la formación cristiana de las jóvenes en los lugares más pobres y desatendidos y así puso el fundamento de la congregación de Hermanas Dominicas de la Anunciata en 1856.

Enfermo desde 1869 de achaques diversos, como la ceguera  murió en Vic (Barcelona) el 2 de abril de 1875 y allí se venera su cuerpo en la casa madre de la congregación.

Fue beatificado solemnemente por Juan Pablo II el 29 de abril de 1979 y fue canonizado en el Vaticano por Benedicto XVI el 11 de Octubre de 2009.

SAN FRANCISCO COLL, UN HOMBRE QUE SUPO AMAR

coll3De San Francisco Coll decían las hermanas que lo conocieron que era “un volcán de amor de Dios, siempre en actividad”. Todo lo hacía por amor a Dios. Deseaba tanto que todos amasen a Dios que quería hacer “píldoras de amor de Dios” para repartirlas a la gente.

Este inmenso amor lo manifestó en su talante compasivo y misericordioso para con sus semejantes, especialmente con los pobres, a los que socorría incluso con peligro de ser malinterpretado, o a costa de su propia salud.

Siempre se conmovía ante las necesidades y sufrimientos ajenos. Ya desde niño repartía su comida con los pobres que encontraba en su camino. A todos abría su casa y cuidaba de los enfermos con verdadera dedicación. Consolaba a los tristes y llevaba siempre en sus labios palabras de paz y de reconciliación.

Amó especialmente a sus hijas las Dominicas de la Anunciata, haciendo todo para ellas, olvidándose de sí mismo para suavizar los sufrimientos y necesidades de las hermanas. A todas aconsejaba, animaba, consolaba, sabía excusar sus defectos y perdonar sus ingratitudes.

Les enseñó a preferir, de todas las virtudes, la caridad, y les dejó como testamento estas palabras: “Todas las virtudes os recomiendo, pero de modo especial: la caridad, la caridad, la caridad”.

sanfconiñso